A finales de junio os anunciábamos emocionados nuestro viaje a Le Mans para disfrutar de la décima edición de Le Mans Classic, el evento de carreras de clásicos por antonomasia. Un fin de semana en uno de los mayores templos del Motorsport y una experiencia vital difícilmente igualable de la que, tras un tiempo de maduración, podemos contaros todo con detalle.
Una crónica dividida en varias partes donde poder saborear la esencia del automovilismo y la gloria de épocas pasadas en el mítico trazado francés. Por y para vosotros, comencemos un viaje al paraíso petrolhead.
Al estilo de las grandes aventuras, nuestro periplo se inició la mañana del 30 de junio en la sede de Mercedes España, no sin algunos contratiempos. Después de devolver el Mercedes GLE 350 de que nos iba a acompañar por culpa de un pinchazo y de recibir a cambio un flamante Clase C 300 e (infinitas gracias a la gente de Mercedes por su trato y rápida gestión), estábamos en marcha y con el tiempo pisándonos los talones. Por delante, los más de 1000 kilómetros que separan Madrid de Le Mans.
A bordo de la nueva berlina alemana y devorando kilómetros de vías rápidas, nos sentimos una especie de Norman Dewis ibéricos, conduciendo el segundo Jaguar E-Type de Coventry al Salón de Ginebra non stop (salvando mucho las distancias).
Hazañas de gentlemen drivers aparte y varias horas de viaje más, estábamos ya en tierras galas y atascados en Burdeos, sin saber siquiera si llegaríamos a Le Mans antes de la caída del sol. Nuestros amigos, los franceses, tienen una peculiar manera de conducir y una cortesía mal entendida a la hora de ceder el paso y, claro, los atascos que forman son monumentales. Afortunadamente, el embotellamiento terminó al pasar Burdeos, sumando “solo” 40 minutos de retraso.
Sin embargo, un ritmo algo más vivo en el Clase C que apenas se vio repercutido en el consumo -la batería sí lo notó-, sirvió para recortar los minutos necesarios y llegar a destino a una hora prudencial para preparar lo que se avecinaba.
Tiempo, por tanto, de estudiar el programa del día siguiente y preparar las cámaras. Sobre el rol fundamental del Mercedes C 300 e y su gran desempeño como devorador de kilómetros os hablaremos en su respectiva prueba, pero ya os adelantamos que es un señor coche. Así las cosas y tras no haber dormido demasiado, ya estábamos en los aledaños del circuito bien temprano para recoger nuestras acreditaciones. Ahora sí, empezaba lo bueno.
Ya solo el trayecto hasta la entrada merece una mención especial. A izquierda y derecha se agolpan bungalows, caravanas y tiendas de campaña escoltadas por clásicos y deportivos en una estampa que no tiene desperdicio. En pocos sitios en el mundo encontrarás un Ferrari 812 y a su lado y en una silla de playa, a su dueño tomando el café fuera de su tienda de campaña.
Mientras contemplábamos esta extraña unión de vida de camping con supercoches, fruto de la más profunda pasión por el motor, iban desfilando todo tipo de aparatos en dirección a las zonas de los clubes del circuito (otro atractivo más de Le Mans Classic que os desgranaremos más adelante).
Unos minutos más de caminata y, ahora sí, estábamos entrando al circuito por la Porte Château. Daba comienzo la fiesta y empezaba la mejor parte de nuestro viaje. Quédate y te lo contamos.
¡No te pierdas Road to Le Mans Classic 2022 parte II!