La gama de “acceso” de Ferrari siempre nos ha generado sentimientos encontrados; desde que lanzaran el primer California con un diseño particular y el techo duro retráctil, en Sexta Marcha debatimos largo y tendido sobre si merecía ser llamado Ferrari. Con su sucesor, el Portofino, hubo algo más de consenso y ahora que conocemos la variante Spider del Roma, las dudas parecen despejarse.
Porque, donde veíamos formas bulbosas más o menos agraciadas, donde discutíamos sobre la necesidad de un enorme techo duro, nada de eso queda. En su lugar, las finas y elegantes líneas del Ferrari Roma se han adaptado a un nuevo descapotable con genuino sabor Ferrari y con una ansiada capota de lona.
Pero que no os engañe su cara bonita y delicada, el Roma Spider es todo un deportivo que bebe de la sabiduría más actualizada de Maranello, aquella que consigue dotar de alma a un V8 biturbo de 3.9 litros en posición central delantera rodeado de altísima tecnología.
Así las cosas, se planta en 620 CV entre 5750 y 7500 revoluciones y unos apabullantes 760 Nm de par entre 3000 y 5750 rpm. No está nada mal para un coche “de paseo” que, además, gracias a su caja DCT de 8 relaciones, acelera de 0 a 100 en 3,2 segundos y, lo más impresionante, de 0 a 200 km/h en 9,7. Con esas cifras, si es cierto aquello de que todo lo bueno en la vida despeina, el Roma Spider tiene que ser bueno.
No conocemos datos técnicos acerca de su rigidez torsional ahora que pierde el techo, pero sí sabemos que solo engorda 84 kilogramos frente a su variante coupé, por lo que la relación peso/potencia, queda en 2,5 kg/CV: estratosférico. Y sí, algo de practicidad pierde a la par que gana rumorosidad, pero, ¿importa?
Más allá de las cifras, de los sistemas y subsistemas embarcados de nombres eternos con trescientas siglas impronunciables y de su ultramoderno interior, este Roma Spider es una vuelta al origen; una evocación del 365 GTS que invita a sentarte y dejarte llevar sin un destino marcado, sabiendo que tienes entre las manos una obra de ingeniería definitivo. Porque es ese y no otro el verdadero espíritu de un cabrio así.
Un 2+ -en Ferrari no lo llaman un 2+2-, que ojalá pase su vida entre carreteras de costa y serpenteando las montañas, disfrutando del placer de conducir sin techo. Bravísimo Ferrari, nos habéis vuelto a enamorar.